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Mostrando entradas de 2021

El payaso Gómez.

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El payaso Gómez. Faltan diez minutos para las doce de la noche, en el hospital público parece como si el día y la noche se fundieran en un solo tiempo, el tiempo de los médicos, el tiempo de teléfonos que suenan, camillas que entran y salen. Manchas de sangre en el piso, gente ansiosa que espera ser atendida y no quiere ser estudiada, porque en los hospitales públicos te curan y te estudian, en esa ecuación positiva y negativa. Es bueno que te estudien hasta encontrar el mínimo detalle, es malo que te tengan una hora pasándote el ecodoppler después de haber detectado que hay una trombosis en el miembro inferior derecho. Pero la vida de los médicos que digitan números en la madrugada como si fueran las cuatro de la tarde, se contrasta con pacientes que pululan por la ciudad y buscan un lugar para dormir, algunos que necesitan sanar heridas confusas y otros que esperan por camas o procedimientos que necesitan tiempo de preparación, el tiempo estatal.  En un pequeño consultorio improvisad

Detalles.

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Detalles. Es raro pero no hizo selección. Quizás, solo un detalle. A los medios italianos les llamó la atención ese jugador de Montevideo sin mucho marketing. Lo compró el Genoa gracias a las recomendaciones de su representante. Les dijo:  –La va a romper, en un año se lo venden a la Juve o al Milán al triple.  Los convenció.  Jugó veinte partidos en Nacional, hizo doce goles y fue el mejor del campeonato.  El año anterior jugó en Sud América. El otro en Basañez y el anterior trabajaba como carpintero de obra en Melo.  Se había enojado con el fútbol, lo había abandonado, estaba cansado de que no le pagaran, ni en fecha ni nunca. También de bañarse con agua fría.  Antes de todo esto, en los comienzos, debutó en la primera en Wanderers, contra Peñarol en el estadio, perdían dos a cero y lo pusieron faltando veinte minutos, hizo dos goles y fue tapa de diario.  Seis partidos con buenas actuaciones y el representante lo llevó a Guaraní, el negocio ofrecía agarrar ochenta mil dólares contan

Camacho.

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Camacho. Entre los bloques, el techo de zinc y la humedad tatuada en las paredes, la voz gruesa retumbó mucho más. -Acá no venimos a patotear, venimos a conversar – dijo Otero, el capo de la hinchada.  Estaba acompañado por el Oso y el Tramontina. Se notaba a la legua que estaban calzados, mucha seguridad siempre va acompañada de plomo. En el vestuario no volaba una mosca. El capitán Romero, se quedó en el molde, se habían comido cuatro goles y el fantasma de volver a la C había empezado a cobrar vida. - Todos juntos tenemos que sacarlo adelante – dijo Otero con cara de enojado. Parecía una frase de aliento, pero era un mandato. Llevaba puesto un gorro de los Angeles Lakers. Una musculosa amarilla que en otro momento fue camiseta. Otero boxeaba y siempre andaba en la vuelta, en el barrio era respetado y también su familia. Tenía la ñata partida y un corte cerca del ojo. Hacía mandados a los vecinos y tomaba birra en la plaza a pleno sol. No le gustaba perder y que el cuadro no metiera.

Danilo el Obrero.

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Danilo el Obrero. Hace días paró un taxi frente a casa y vi bajar al gordo más imponente que cualquier persona haya podido imaginar. El tipo debe pesar trescientos kilos, parecía otro modelo de taxi. Tenía puesta una camiseta de Huracán Buceo con el número ocho en la espalda. El número estaba tan desfigurado que daba ochenta y ocho. Recordé que hace un tiempo atrás, lo vi caminar por el barrio, pero nunca pensé que podría vivir frente a mi casa, en mi misma cuadra.  La casa está en ruinas, pegado vive un flaco que se llama Enrique y creo por mis deducciones, que está casado con la hermana del gordo. Enrique debe tener cincuenta y cinco años, trabaja de seguridad en un supermercado. Es una suposición que está basada en la ropa que viste y en las palabras que usa para comunicarse.  Desde ese día, paso bastante tiempo detrás de la ventana tratando de recabar información. Ayer llegó Enrique a eso de las diez de la noche y le pasó a través de la ventana, varias bolsas con alimentos al gordo

Un terreno baldío.

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Un terreno baldío. Es un terreno baldío y de pronto un grupo de gente, encabezados por un tipo llamado Telechea deciden convertir ese predio en una cancha de fútbol. La cuadra cambia, se arma una cancha y luego unos galpones que serán la futura sede.  Se piensa en Boca y se le copia los colores, se piensa en Vélez y se adopta la forma del escudo. Resulta una camiseta azul y amarilla con la forma del escudo de Vélez, uno dice casi como al descuido:   –Juventudes Unidas – y así se estampa en un papel de la federación de fútbol del interior para siempre. Es una cancha chica, se la bautiza como “La Bombonera”, los comerciantes del barrio devenidos en dirigentes sueñan con un reducto compacto y que meta presión a los rivales.  Se edifican dos entradas, una en una esquina que será la entrada principal y otra en uno de los codos, que será la más amplia, por la que pueden entrar y salir vehículos y algún pequeño camión que traiga gente apilada en la caja. Aunque al final, esa entrada será siem