Tres fragmentos de una cronología particular.

Tres fragmentos de una cronología particular .




Sábado 11 de abril, 1987. 16:00 Hs.
Partido Peñarol – Rampla Juniors. Estadio Centenario.

Dos horas antes. 
Ernesto tiene 5 años, su padre le trae la primer camiseta de Peñarol en el interior de una caja de zapatos. No sabe muy bien de que viene la cosa, igualmente se la prueba. Su padre lo lleva a la cancha. Lo sube y lleva sobre sus hombros. Su madre también acompaña, van a la tribuna Olímpica, se sientan en uno de los anillos de arriba.
Ese día Peñarol pierde 2 a cero. Ernesto no entiende mucho lo que sucede.
Al otro día, luego del desayuno sus padres le dicen que va a tener una hermana. Ernesto llora toda la tarde, no quiere a nadie más en su vida. Quiere seguir teniendo los beneficios de ser el único. Mete un berrinche de dimensiones colosales, llora sin consuelo, le dice a sus padres que se quiere ir a lo de los abuelos para siempre. A la una de la tarde deciden llevarlo con la idea de que los viejos lo calmen un poco. 
Almuerzan y sus padres se van a comprar algunas cosas para el bebé, ya saben que será una nena. Ernesto se queda con los abuelos. Duerme la siesta. A eso de las seis de la tarde se despierta con un portazo. Su tío volvió del fútbol. Juega de diez en el cuadro del barrio. Ernesto recorre el living y encuentra una media roja tirada contra el sillón, la otra en la cocina, los zapatos desparramados por el piso. Su tío le pega unas patadas a la puerta para sacarse la bronca y se encierra en el baño. La camiseta y el short están llenos de barro. Ernesto los junta y su abuela los mete en la lavadora redonda a vaivén que está en el pasillo. Su tío sale del baño y se mete en el dormitorio. Su abuela entra al dormitorio, se escucha que murmura algo, el tío le contesta con una puteada durísima. Se levanta su abuelo y pregunta qué pasa, su esposa le dice que Ricardo, (el tío) erró un penal y perdieron el campeonato.
A partir de ese día su tío no juega más al fútbol, se dedica a trabajar en la panadería de la familia, a duras penas hace el reparto. El técnico viene varias veces a buscarlo pero su decisión es indeclinable. Ernesto recordará para siempre ese día. Nunca podrá entender por qué su tío dejó el fútbol. 
Igual siempre pensará que el tipo es un idiota. No lo convencerá, que días después su tío se le plante enfrente y le diga que tiene que patear la pelota contra un muro y pegarle con ambas piernas si quiere ser futbolista. Que los buenos jugadores son los que le pegan bien a la carrera, como el Gabi Cedrés, ese es tremendo jugador. 
Le explica qué es pegarle a la carrera. Tira la pelota hacia delante, se pega un pique y le pega fuerte, un bombazo sin dirección ninguna, la saca del terreno, cae en lo del vecino. El viejo gruñón que vive al lado no le devuelve la pelota nunca más. Ernesto no se convence de que su tío sea buen jugador. Luego su padre le dice que su tío podría jugar en cualquier cuadro, que es buen jugador, pero medio manteca. Meses después su tío le regala el par de medias de aquel partido donde no embocó el arco y los otros festejaron el campeonato. En definitiva es un par de medias malditas. Medias que usó un perdedor. Pero tampoco lo sabe, porque solo tiene cinco años y de todo esto solo podrá recordar pequeños fragmentos poco relacionados.

Sábado 7 de abril, 2007. 16:30 Hs. 
Partido Peñarol – Wanderers. Estadio Centenario.

El bohemio juega bien. Toca, trata de abrir la cancha. La tarde está tremenda y se presta para ver buen fútbol.
En la tribuna Olímpica el tipo grita, grita boludeces todo el tiempo. El tipo se llama Ernesto, es hincha de Peñarol por su padre. 
Almuerza tallarines con tuco con su familia como casi todos los domingos. El padre es contador en una empresa de rulemanes. Su madre tiene un lavadero en el centro y su hermana está estudiando marketing. Nunca quiso mucho a su hermana. Ernesto estudia relaciones internacionales y su único pasaje por el fobal fue en el equipo de fútbol universitario de la facultad. En realidad juega poco, solo cuando falta alguno y el técnico sin muchas opciones lo pone un rato. Pero nunca tuvo la capacidad de darse cuenta. Para él, debería jugar mucho más, en realidad, siempre se consideró un polifuncional, tanto de volante por derecha como de marcador contra la banda. Para el técnico es un jugador con poca técnica, con poca preparación física, sin conocimientos tácticos y con poca capacidad de escucha para aprender fundamentos. Un jugador que cree que sabe mucho más de fútbol de lo que su cuerpo puede dar. No sabe que en la cancha no se gana hablando, se gana jugando. 
Se desparrama en el sillón del living, apoya su pierna sobre el posabrazos,  su madre le alcanza helado frutal, en la tele juegan Barcelona y Valencia. Su hermana se sienta en el sillón individual y se pierde en el celular, al rato se levanta y desaparece. Su padre no se sirve helado, lo guarda para luego de la siesta. Su madre lava platos por inercia.
Ataca el Barcelona, Ronaldinho lleva la pelota atada a los pies, se encierra y la pierde.
- Abrila por la banda muchacho, está solo, que comilón que sos Dinho por favor. Dásela a Yaya.
La madre lo mira de reojo, pone mas jabón sobre la esponja, se arregla el pelo que le cae sobre los ojos.
Ernesto se levanta, sirve más helado sin escatimar ni pensar en los demás, se vuelve a sentar en la misma posición. Todavía no ha podido darse cuenta que en la Champions los jugadores no transpiran, huelen a Carolina Herrera for men.
En la pantalla se anuncia un cambio, sale Ronaldinho, entra un botija de apellido Messi. Cuando sale Ronaldinho no mira al técnico Holandés.
- Pero sacás a Ronaldinho, y ¿quién es este perro? Tas loco, tas loco. 
Termina el helado y apaga el televisor de mala gana.
Entra en el cuarto y sale con la camiseta de Peñarol. Lleva el ocho en la espalda. Entra al baño y pone pasta sobre el cepillo, algo cae sobre el lavabo, observa pero deja para que limpie el que venga después. Se lava los dientes con cierto frenesí contemporáneo.
Beso a la madre, se sube al Fiat Cinquecento que comparte con su hermana y después de matonear treinta minutos en el tráfico llega al estadio.
Faltan quince minutos para que comience el match, se sienta en la tribuna Olímpica. Al rato se para y mira hacia arriba a ver si reconoce a alguien. Pasa un vendedor de tortas fritas y compra una. Chorrea grasa, la servilleta está membraneada a la torta. En varios mordiscos se la termina, luego se pasa la mano por la bermuda.
Compra una coca para bajarla, está medio atragantado. A la vuelta divisa un par de pibes que juegan con él en la liga universitaria, ellos son titulares. Se acerca, saluda y se sienta con ellos. Empieza el partido.
Al minuto Nelson Olveira pega una patada de atrás en la mitad de la cancha al Chapa Blanco y el juez se pega un pique corto y le saca amarilla. Los jugadores de Peñarol rodean al arbitro y le dicen que puso la vara muy alta, que de ahora en más, va a tener que medir todo con la misma vara, que en un rato juegan ocho contra siete.
Diez segundos antes Ernesto se para y grita.
- Ladrón, hijo de puta, juez saca partidos, mafioso. Aprendé a cobrar.
Los otros dos están sentados mirando atentos qué sucede. Ernesto mira hacia arriba y algunos otros también se paran a gritar, se siente apoyado. 
Al rato el lateral izquierdo de Peñarol corta una jugada.
- Bien, bien, ahora pásala bien.
El jugador se equivoca en el pase.
- No se la den más, la puta madre. Pero la puta madre.
Atrás hay una pareja de cuarentones sentados tomando mate. Les resulta gracioso. Al lado de ellos hay un viejo habitué del fútbol con la Spica sucumbida en la oreja.
En la mitad de la cancha hay un tranque, el jugador de Peñarol pierde la pelota.
- Pero la puta madre, hay que meter, esto es Peñarol, vuelvan, vuelvan.
Vigneri, el puntero de peñarol, corta una jugada y se saca un rival de encima, desborda contra la raya.
- Bien, tirálo bien, tirálo bien.
Vigneri se apura a pegarle y la pelota se pierde detrás del arco.
- Cara interna tenés que pegarle, cara interna, enseñále Gregorio.
Los otros dos pibes del fútbol se miran cómplices. Prefieren centrarse en el partido. Ya todos los que están a su alrededor se dan cuenta que es un boca abierta. 
Delante de ellos hay dos chicas con camisetas mirando el match y comiendo galletitas, comentan por lo bajo lo nabo que es el pibe que grita detrás de ellas.
Minuto 22, el zaguero de Peñarol hace un corte y el Chapa se le tira con las dos piernas y lo toca. Ernesto se pone de pie y levanta los brazos.
- Ahora tenés que echarlo, dale ladrón, no te hagas el loco. Échalo, échalo, por favor. No tocó la bola, no tocó la bola.
El juez le saca amarilla. Ernesto se toma la cabeza y se agacha como sin poder entenderlo.
- No, nooo, nooo, por favor, no roben a Peñarol, no roben a Peñarol.
Wanderers le encuentra la vuelta al partido y empieza a mover el balón, Peñarol lo corre de atrás, lo está bailando. Egidio roba una pelota y se corta por el lateral.
Ernesto se para y mueve el brazo de derecha a izquierda como un semicírculo, varias veces.
- Salgan, salgan, están muy atrás. Dale Egidio.
Egidio se entrevera con la pelota y queda encerrado cerca del banderín.
- Tíralo, a contrapie, tíralo a contrapie.
Los pibes del fútbol se miran, uno le dice por lo bajo al otro, “a contrapie”. No pueden evitar reírse.
Los cuarentones siguen intercambiando mates. El tipo le dice a la novia: es igual a Francella, debe ser el hijo. La novia se ríe.
Ernesto sigue compenetrado en el partido. En realidad es parecido a Francella, tiene los ojos claros, cara de nabo y poco pelo hacia el costado. Al igual que a Francella, la cara no lo ayuda mucho, pero quien sabe.
Fin del primer tiempo. 
Ernesto se para y se acomoda la bermuda.  Va al baño.
El segundo tiempo transcurre mas o menos parecido hasta el gol de Peñarol. Ernesto sigue gritando las mismas bobadas que en el primer tiempo más adicionales.
Grita en una jugada: buena bocha, buena bocha.
Los que están al lado se vuelven a mirar, saben por el solo hecho de jugar al fútbol, que los tipos que llaman “bola” o “bocha” a la pelota simplemente son unos pataduras.
Fin del partido. Comentarios boludos y cada cual para su casa. 
Ernesto en el auto va ansioso por llegar a su casa y atomizar a su padre con su visión del partido.
Todos los demás que estaban a su lado llegan a sus hogares y le comentan a los familiares sobre el idiota que estuvo toda la tarde gritando bobadas en vez de mirar el partido en silencio. 

Sábado 8 de abril, 2017. 16:30 Hs. Florianópolis. Cerca de Canasvieiras.

En un Chevrolet Aveo de cuatro puertas, Ernesto con lentes negros maneja observando el celular que lleva la aplicación del Gps. Al lado va Claudia, tratando de sintonizar algo en la radio. Atrás van Antonio de 6 y Noelia de 3. Detrás, a unos cincuenta metros de distancia va la hermana de Claudia con sus dos hijos y su marido en una Peugeot Partner blanca. Todos con el mismo destino, el parque de diversiones acuático.
– No creo haya ninguna radio brasilera que pase el partido– dice Claudia.
En Montevideo en el estadio Campeón del siglo están jugando Peñarol – Plaza Colonia. 
Busca en Internet del celular, en alguna página de fútbol a ver si dicen algo.
Ernesto maneja. Claudia lo observa y sigue buscando.
Cero a cero – dice Claudia.
Llegan al Parque, está lleno de autos, parece que no entra más nadie. Dan unas cuantas vueltas para estacionar. El cuñado encuentra lugar porque justo sale un auto de chapa argentina.
– Qué orto, que loco culón – Dice Ernesto. Claudia lo observa.
Ernesto da un par de vueltas, encuentra un lugar, se detiene, mira hacia los costados, estaciona.
– Es para discapacitados – dice Claudia.
–No pasa nada, los discapacitados no vienen a este parque – responde Ernesto.
Bajan del auto, caminan hasta la boletería. Hay una cola de media cuadra. 
–Te dije que teníamos que venir más temprano, dice Ernesto. Claudia prefiere callarse.
Su cuñado comienza a hacer la cola. Ernesto no se convence. Se acerca a la boletería, las personas lo miran desconfiando. Hay un cartel: Grupos de diez personas por la izquierda. Ve que por ahí hay menos gente.
Ernesto se acerca a su cuñado y le dice 
– Vamos a hacer un grupo. 
El cuñado no dice nada. Comienza a agitar a los de la cola, les propone armar un grupo para entrar todos juntos, les dice que son la peña de Peñarol en Florianópolis. Como lleva la camiseta con el 8 en la espalda nadie desconfía. Convence a unos cuantos y finalmente logra entrar sin importarle el odio de todos los demás que están haciendo la cola hace una hora. Cuando está entrando va a buscar a su cuñado y lo trae medio que a la fuerza. En el preciso momento que llega a la puerta le pregunta a su hijo si agarró la Go pron, le dice que no. El niño dice que la cámara se llama Go pro. Ernesto lo mira con odio. Hay gente, la fiera no ataca en público. Piensa.
– Pero la puta madre, ya vengo, momentinho, le dice a la chica de la puerta.
Va corriendo al auto y vuelve a los minutos con la caja de la cámara Go pro.
Finalmente entran, su cuñado y la familia se sientan a descansar, la mujer le pone bronceador a los niños. Su cuñado se pide una cerveza. Ernesto se va con su familia y los hijos de su cuñado a probar los juegos. Antes se conecta la Go pro en el pecho. 
Suben al primer juego, hay cola, es febrero y el parque está a full. Los brasileros respetan la cola a morir. Los argentinos tratan de colarse como siempre, dividen los grupos y mientras un grupo se tira en un juego el otro hace la cola para ganar tiempo. A los brasileros presentes no les gusta nada la propuesta. Ernesto se aviva y se suma al plan. 
Discute un poco con su hijo porque quiere que le de la Go pro en exclusividad. Le dice que no, que la Go pro la lleva él. El hijo se pone a llorar. Los demás miran. De mala gana se saca la cámara y se la pone en el pecho al niño.
- Si rompés la Go Pron te mato.
El hijo y los primos se tiran en un juego, Ernesto espera en el otro. Cuando llegan los niños le saca la Go pro y se la pone él. Un brasilero alto, de apodo Tinho, que está con su hijo de diez años haciendo la cola, lo observa detenidamente. No le cae bien el tipo con la camiseta de Peñarol que se cuela en la fila a diestra y siniestra. Pero prefiere no decir nada. Hay un par de uruguayos hinchas de nacional que tampoco les gusta pero prefieren ignorar la situación, ser uruguayos en este momento es lo peor. Todos pagan por uno. Preferible que el idiota sea uno solo.
Varios juegos, agua que va y viene. Ernesto espera haciendo cola y se acercan los niños. Se le apaga la cámara y trata de prenderla. Tinho no aguanta la situación y les dice que no, que vayan al final de la cola. 
Lo peor es que falta poco para el turno. Ernesto se da vuelta y lo mira mal.
– ¿Que te pasa? - Le dice al brasilero represor.
– Que hagan la cola, nada de colarse –  le dice Tinho, en un portuñol enojado.
Ernesto los agarra del brazo y se los trae consigo.
– Ellos se quedan acá, cerrá el orto, brasilero puto.
– ¿Qué dice, no me falte el respeto? – dice el brasilero.
Brasil se acerca, Ernesto no se le ocurre la peor idea de meterle una mano de garrón. Se envalentona con la situación pero se da cuenta que después de asimilar el golpe encendió la máquina, despertó a la fiera. El brasuca se lo quiere comer.
El tipo ve chorrear sangre de su nariz y se nubla. Se le va encima, algunas personas quieren separarlo, lo agarran.
–Figlio da puta. Figlio da puta.
Queda de noche a las cinco de la tarde. Ernesto sabe que es el fin, el brasuca se lo va a comer. 
Desesperado se pega un pique demoledor abandonando todo, niños, Go pro, todo. Colándose una vez más, pero ahora tratando de salvar su vida. Se tira por un trampolín, buscando escapatoria en el juego. Escaparse sin pensar que el brasuca deja a su hijo, sale corriendo y lo va a buscar a la llegada del tobogán. Y llega antes. Y lo surte. Mano, cara, nudillo, boca, nudillo, ojo y la gente aplaude. Claudia y su cuñado observan la situación. Su cuñado se levanta y un tipo le dice: 
– Está bien, están de vivos estos argentinos que se pasan colando, bien metida. 
El cuñado se queda en el molde, mejor hacer como que no lo conoce.
Se van del parque a las cinco y diez. Los niños llorando, Claudia enojada. Ernesto sin la Go pro, con un ojo negro y chorreando sangre por la nariz. Tapándose con la camiseta. Su cuñado se queda con su familia tomando daiquiris y comiendo ananá con frutilla.
Peñarol pierde dos a uno con Plaza Colonia. Claudia está enojada y no sabe si decirle o no, prefiere no hablarle por el resto del día. Se da cuenta que se casó con un idiota. Piensa como lo ha pensado muchas veces en separarse de una vez por todas. Esta vez algo dentro suyo sabe que es distinto. Ernesto putea, dice cosas sobre los brasileros, sobre Brasil, sobre la vida, sobre todo. Aburre. Es un resentido irreformable.
Claudia observa hacia fuera, no quiere escucharlo más. 
No lo escucha más.



(Ilustración Magalí Aguerre)

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