El payaso Gómez.

El payaso Gómez.



Faltan diez minutos para las doce de la noche, en el hospital público parece como si el día y la noche se fundieran en un solo tiempo, el tiempo de los médicos, el tiempo de teléfonos que suenan, camillas que entran y salen. Manchas de sangre en el piso, gente ansiosa que espera ser atendida y no quiere ser estudiada, porque en los hospitales públicos te curan y te estudian, en esa ecuación positiva y negativa. Es bueno que te estudien hasta encontrar el mínimo detalle, es malo que te tengan una hora pasándote el ecodoppler después de haber detectado que hay una trombosis en el miembro inferior derecho. Pero la vida de los médicos que digitan números en la madrugada como si fueran las cuatro de la tarde, se contrasta con pacientes que pululan por la ciudad y buscan un lugar para dormir, algunos que necesitan sanar heridas confusas y otros que esperan por camas o procedimientos que necesitan tiempo de preparación, el tiempo estatal. 

En un pequeño consultorio improvisado por la necesidad de la noche, hay un viejo acostado en una camilla y una mujer que parece ser su esposa que esperan turno para una placa. Separados por una cortina, hay un médico que espera a que dos policías la traigan a ella. 

Entra un milico bajito, medio gordito. Con pinta de bueno, genera dudas si realmente podrá correr y apresar a un malhechor en una situación límite. Se llama Ramírez, está acompañado por Raúl, físicamente más desarrollado, tiene cara de enojado, lleva un bigote morocho que lo ayuda a delinear el perfil de milico recio. 

Raúl le quita el cerrojo a las esposas y ella se acuesta en la cama. Le queda una esposa colgada de la mano derecha, que cuelga sobre la camilla y golpea contra la baranda. El médico es joven, Martín, tiene casi treinta años y está acostumbrado a este tipo de procedimiento. Rutina. Planilla en mano, comienza con el cuestionario. Nombre. A ella, le cuesta mucho trabajo pronunciar letras, más las palabras, dice primero “Esteeee” . Martín se queda esperando sin entender. Completa con “Fa..nie” y da por terminado el asunto. 

Martín pregunta si es con ph y ella no entiende la question, simplemente cierra los ojos buscando descansar. Martín anota Stefanie como suena, en la hoja, y no puede evitar hacer un chiste fácil.

–Como la Stefanie de Zitarrosa.

Silencio con olor a hipoclorito.

El viejo del otro lado dice: 

–A mí me gusta Zitarrosa.  

Tampoco nadie dice nada. 

Cédula.  Luego de balbucear varios números, repetir algunos y cambiar el orden de los tres últimos, termina diciendo algo relativamente coherente.  Martín anota.

Los milicos se miran pero prefieren mantenerse al margen, su trabajo consiste en traer a la persona, llevarse una planilla con datos, firmas y también a la persona. Fin de la tarea. Tampoco mucho pedir, son milicos.

Policía llevan estampado en la campera. Los policías tienen que actuar, muchas veces actuar sin pensar, porque están adoctrinados a proceder. Son seres parecidos a los animales, porque tienen que salir de cacería para ganarse el pan, otras veces, son como insectos, tienen que volar por los techos de los cantegriles intentando salir con vida y finalmente también, son como muebles con adornos encima, porque tienen que estar largas horas de pie escopeta en mano, sin moverse ni decir palabra alguna. 

Drogas, pregunta Martín.  Ella contesta: pasta base. Anota en la planilla. Marihuana. Ella contesta que no. El viejo de al lado dice que él nunca fumó marihuana. 

Raúl apoya su cuerpo sobre la otra pierna, y deja caer el peso, se nota que se quiere ir. Martín le hace un par de preguntas más pero no consigue respuesta. Luego de una pausa larga, Stefanie dice: 

–Soy, la mujer, maruicio, cansada, calle, caminar, perdón… hijos, casada, cansada, la campera, frío, del payaso, del payaso. ¿Entendés? 

Y abre grandes los ojos al pronunciar la última palabra. Martín la observa y busca un poco de información en los policías. Raúl mira hacia la nada, el otro suspira y dice:

–No se le entiende nada, pero repitió muchas veces Mauricio y Payaso, creemos que es la mujer del Payaso, el futbolista. 

Martín necesita un poco más de ayuda, no sabe de fútbol porque no le interesa este deporte. 

–El Payaso Mauricio Gómez, el mejor jugador de Wanderers y Nacional. Aunque en Nacional jugó poco, pero salió en todos los diarios – dice el milico gordito.

Martín suspira y la observa por unos segundos. Stefanie parece dormida pero está despierta, solo está cansada. 

El viejo de al lado dice: 

–El payaso que anda por la calle es el Pildorita y es un boca sucia. Un día hizo el reparto conmigo en el camión, después fuimos a buscar a Chicote, al perro y le faltaba una pata y…

La mujer lo interrumpe y le dice que se calle, que se deje de joder y todo queda en silencio otra vez.


El Payaso Gómez debutó a los catorce años en primera división, en Huracán del Paso de la Arena en la b, jugó ocho partidos y se lo llevó un dirigente de Wanderers a cambio de diecisiete mil dólares al contado y un diez por ciento en el contrato, por derechos de formación. Pin y verde.

Con esa plata pagaron el alquiler de la sede y los sueldos atrasados. Un buen negocio dijeron los directivos en la reunión de los martes.

En Wanderers empezó en quinta y fue goleador, no querían apurarlo

– Es una joyita–dijo el técnico. 

Un día llegó con los ojos negros y todo golpeado, se había agarrado a las piñas en el barrio y los compañeros le pusieron Payaso. Desde ese día nadie más lo llamó Mauricio, quedó Payaso Gómez para siempre. Al técnico le dijo que se peleó porque se metieron con la hermana más chica, pero fue por un tema de drogas. Los padres eran los narcos del barrio. Los Gómez se dividían el territorio con los Pelucas, la otra familia narco que se caracterizaban por ser los mas crueles en las venganzas. Se decía que les arrancaban los pelos a sus víctimas y luego los usaban como pelucas en fiestas privadas. En el vedettismo del mundo narco, se preciaban de sus trofeos de guerra. 

Los Pelucas muy vinculados a las armas, los Gómez al fútbol, sobre todo a Peñarol. 

El Payaso tuvo un buen año en quinta, en cuarta casi lo dejan libre y a mitad de año lo vio el técnico de primera y lo hizo debutar en la octava fecha. Hizo dos goles, el segundo recorrió el mundo porque eludió a cuatro rivales, hizo una pared con el nueve, la pisó, la acomodó con el empeine como solo los cracks saben hacerlo y la puso en el ángulo. 

El primer gol corrió contra el alambrado y lo festejó con la hinchada, para el segundo ya había somatizado el nerviosismo y se paró contra el banderín, se puso la mano en la nariz estampando que el Payaso había llegado a primera para quedarse por un largo tiempo. 

Ese año se cansó de hacer goles y de llevarse la mano a la nariz. Tanto que a fin de año se fue tres meses a Inglaterra en una preselección, pero se volvió al mes porque su tío que siempre lo había acompañado al fútbol, fue asesinado mientras salía de un bar de comida chatarra en el auto que se había comprado con la plata de su preselección. Lloró junto a  su familia y juraron venganza, poco le importó el pase al fútbol inglés, ya vendrían otros. El auto quedó lleno de plomo y agujeros por todos lados, los informativos locales dijeron en sus titulares: ajustes de cuentas entre pandillas narcos. 

El presidente del club habló con él, los dirigentes hablaron con él, el técnico habló con él, pero las palabras quedaron en el aire. Ya no era el mismo, se empezó a llenar de tatuajes, se estampó Venganza en el cuello y un revólver en el antebrazo. 

El contratista le compró un auto más caro. 

Cuando se puso de novio con una piba del barrio, pareció que todo estaba bien; alguien que se gana tu confianza luego te traiciona, le dijo ella antes de darle el primer beso. Él le juró lealtad y la conquistó. 

Una tarde, los Gómez esperaron al hijo mayor de los Pelucas y lo mataron a hachazos en una esquina oscura y quedaron a mano. Pero nunca se está a mano, siempre hay deudas entre pandillas. Entonces, los Pelucas fueron por el hermano menor de los Gómez y le metieron dos balazos en el pecho cuando entró al baño de la tribuna popular del estadio Centenario. 

El Payaso intentó concentrarse en el fútbol y parecía que podía lograrlo. El equipo se metió en zona de clasificación de copas. 

Al siguiente año jugaron Libertadores y luego del primer partido con Boca empataron uno a uno, con gol del Payaso.  Fueron a festejar a un boliche y la conoció a ella. Le vendió dos tragos y al tercero le dijo que se llamaba Stefanie. El le pasó su celular, literalmente le dejó el aparato. Ella lo miró sin entender. Él le dijo mañana te llamo. Y así fue. 

A las semanas dejó a la novia del barrio y se fue con ella. La confianza tiene perfume de mujer.

A los pocos meses quedó embarazada. Le pusieron Diego Armando por su ídolo. Cuando nace el niño, a los días el padre firma con Nacional, con la esperanza de convertirse en la estrella. 

Pero nadie olvidó su origen narco y manya. El contratista le dijo que el pase a Peñarol nunca se iba a lograr, porque el capo de la hinchada también narco hasta las narices, le bajó el pulgar. Súmese que en la reunión de directiva no querían un jugador de sus características. Estaban negociando a Forlán.  Queremos agua limpia, turbia abunda, dijo el vice presidente.

Nacional encandilado por sus goles, poco le importó la vida personal del futbolista. Ese año sumaron tres jugadores más con nivel de selección, un técnico que dirigió a grandes equipos internacionales y fueron por la libertadores presionados por la hinchada. Lo presentaron en la sede y asistieron todos los periodistas deportivos porque habían sándwiches y bebida cola.

En la calle, se dijo que tuvo que taparse un tatuaje de Peñarol en el pecho, aunque nadie pudo demostrarlo, pero se vieron memes en Wasap hasta el hartazgo. 

Los hinchas se mostraron expectantes, pero los de la barra no toleraron sus primeros partidos de bajo rendimiento. Dos bien, una mal. Una bien, una mal.

El Payaso estaba desbordado de virtudes y se descansaba en ellas, confiaba que con un par de gambetas podía resolver las situaciones. Un tiro libre, un penal, un pelotazo fuera del área le bastaban para que su nombre quedara estampado en el recuerdo. Pero el barrio pesa. Los Pelucas le arrancaron la cabellera rubia teñida de su hermana y eso lo sacó del campeonato. No jugó más, o sea jugó, pero fue un desastre. 

Tuvo un segundo hijo y empezó a meterse en las narices todo lo que encontraba para zafar. 

El técnico lo marginó del plantel, lo mandó a tercera y lo dejaron libre un día después de que incineró todo. La pudrió en el baile de cumbia del barrio cuando se le fue encima a uno de los Pelucas. El tipo recibió cuatro puñaladas pero no murió, y eso no fue un buen presagio. La prensa aprovechó para vender titulares morbosos y generar marketing con palabras modernas. “El payaso atrás de la peluca”. 

Lo procesaron con prisión domiciliaria, no tenía antecedentes, pero era sabido que ahora ningún club lo iba a querer. Jugó cuatro partidos en Cerro y lo dejaron libre. Se fue a jugar a la b con Platense pero ya no estaba tan milimétrico en los pases. Erraba pases cantados y goles abajo del arco. Payaso perro, le gritó un viejo hincha asiduo de la tribuna oficial.

Tuvo a su tercer hijo siendo un jugador libre. Con veintitrés años, su carrera se derrumbó como rancho en ciclón. 

Empezó a trabajar de chofer tranzero en el negocio familiar y estuvo trillando el barrio llevando paquetes y cobrando plata arrugada. Empezó a jugar en un campeonato barrial con el Inter de Millán y una tarde lo vio el técnico que lo hizo debutar en Wanderers. Prometió que podía recuperarlo y le hicieron un contrato a rendimiento. Vuelta al bohemio. Las segundas o terceras partes nunca son buenas.

Apareció una tarde soleada de domingo en un partido contra Miramar Misiones, entró en el segundo tiempo con el número veinticuatro en el dorsal y jugó catorce minutos. Tocó nueve pelotas, hizo cuatro pases perfectos, dos errados y un tiro libre pasó cerca del travesaño, la hinchada se ilusionó. Algunos, siguieron creyendo que era un caso perdido, pero los más optimistas apostaron a que podría volver a ser el Payaso de antes. 

Un jueves de agosto se pudrió todo. Los Pelucas asesinaron a su madre cuando salía del mercadito del barrio. 

Con su hermano mayor hicieron justicia a mano propia. Arrastraron al hijo menor de los Pelucas, llevándolo atado al paragolpe del auto por toda la canchita del barrio mientras los niños miraban exhortos, el espectáculo proporcionado. Otra que “Perros de la calle” esa no se le ocurrió a Tarantino.

Fin del fútbol. Comienzo de un periplo policial, con noticias minuto a minuto. A su hermano, lo agarraron cuando fue a ver a la mujer.  El Payaso como es un poco más astuto, estuvo un mes escondido en una casa abandonada, pero la soledad empezó a hacer mella en su cabeza deteriorada. 

Stefani se queda sola con los hijos. Hace lo que puede. Trata de buscarlo, pero sabe que todo va de mal en peor. Acostumbrada a las drogas se refugia en ellas. Piensa que lo mejor es desaparecer y se va a la casa de la madre. Espera que el Payaso aparezca. Espera con la idea de que un día entre por la puerta. Pero ese día nunca llega, lo que aparece es un titular en el informativo local con su nombre. Una tarde, roba una farmacia y se toma todas las pastillas que rescata. Lo encuentran ahorcado.

Ella empieza a ganar la calle, quiere explicaciones, quiere encontrar un motivo, o algo que le de sentido a seguir viviendo.


Martín se acomoda en una silla, se acerca y la observa. Le pregunta nuevamente qué le pasa. Ella abre los ojos y dice:

–Se fue. Mi marido. El payaso. Al cielo. A ju pelota. Jugar. El payaso. Mi esposo. Suicidó, de menos. Y… yo ahora. Hace una semana. Perdón. Sola con niños. El mejor. El payaso. Tres niños. Sola yo. Perdón. 

Luego cierra los ojos de forma cansina. Martín firma el papel y se lo da al milico gordito que lo aprieta como un gatillo. Raúl cierra las esposas en un movimiento seco. La pone a andar. 

Cuando salen, les echa una ojeada al viejo y su mujer, que están dormidos en la otra habitación como gatos uno encima del otro.

Los milicos salen golpeando la puerta, ella camina delante, ellos detrás. Luego todo queda en silencio supremo. 

En el pasillo, se escuchan camillas que pasan y enfermeros que piden pañales y jeringas que el hospital no tiene. 


(Ilustración Magalí Aguerre)

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